domingo, 7 de julio de 2013

Cría de mariposas




Si tenemos plantas nativas en nuestro jardín y no las fumigamos con pesticidas,
pueden criarse mariposas naturalmente en ellas sin ningún tipo de cuidado de nuestra parte.

            Pero si además queremos evitar que los predadores se alimenten de ellas y así obtener una mayor cantidad de mariposas, podemos poner manos a la obra y criarlas en fiambreras, que son como jaulas. Podemos hacer una fiambrera con una pecera de vidrio, un envase plástico o un simple frasco grande:

            La base del frasco debe cubrirse con papel absorbente que debe cambiarse todos los días para retirar las deyecciones de las orugas. La higiene de la fiambrera es vital para evitar focos de infección para las orugas.
            Dentro de la fiambrera deben colocarse ramas de la planta nutricia que corresponda a la especie que vamos a criar. Para mantenerlas frescas, se ponen a modo de florero en un frasco de vidrio con agua. Este frasco debe taparse con un trozo de nylon (o tul fino) que debe estar bien ajustado al borde del frasco y debe tener perforaciones del grosor de la rama, para evitar que las orugas se ahoguen. Debe renovarse el material fresco cada vez que se marchite o que las orugas consuman la totalidad de las hojas, esto se hará por lo menos una vez al día. Controle que en las ramas no haya predadores.


            Tenga presente que cada especie de mariposa solamente se alimenta de una única especie de planta (o a lo sumo de una familia de plantas) por cuanto es importante asesorarse bien antes de comenzar con esta actividad.
            La fiambrera debe estar ubicada al aire libre, a resguardo de la lluvia, a la sombra y mantenerse tapada con un tul para que esté siempre fresca y ventilada pero protegida de predadores (Ej.: avispas, arañas, sapos, el gato de la casa, aves, etc.).
            Si encontramos hojas con huevos de mariposa, los colocaremos dentro de la fiambrera ya preparada y cuando eclosionen, las oruguitas comenzarán a alimentarse. Si en la planta ya encontramos las diminutas oruguitas, debemos levantarlas con sumo cuidado y con la ayuda de las cerdas de un pincel fino, nunca con pinzas, y colocarlas en las hojas que pusimos en nuestra fiambrera.
            Es importante tener en cuenta que si caen al suelo, el golpe seguramente será fatal pero además podemos pisarlas accidentalmente.
            Dependiendo de la especie y de la luz y temperatura, los huevos eclosionan aproximadamente en una semana, las orugas se alimentan durante 3 ó 4 semanas, forman crisálida y vuelven a eclosionar en 2 ó 3 semanas más. Las crisálidas que se forman al final del verano pueden pasar en esa etapa las estaciones frías y luego eclosionan en primavera y verano cuando el clima es propicio para que encuentren el alimento que necesitan y pareja para procrear.
            El incorporar orugas más grandes a la fiambrera conlleva un riesgo: pueden estar parasitadas con larvas de avispas. Si observamos que una oruga se dobla hacia atrás en forma de “L” y se retuerce, retírela de inmediato y déjela en la planta nutricia. Es muy probable que haya sido parasitada.
            Es importante no hacinar gran cantidad de orugas en una misma fiambrera para evitar que muera gran parte de ellas.
            Si por algún motivo debemos suspender nuestro trabajo, bastará con devolver las orugas a su planta nutricia y la naturaleza seguirá la labor por sí misma.
            Una vez que todas las orugas pasan a la etapa de crisálida o pupa, dejan de alimentarse, por lo tanto, debe retirarse todo el alimento de la fiambrera, higienizarse y cubrir la base con papel absorbente porque cuando eclosionan las mariposas, exudan una sustancia llamada “meconio” que puede causar infecciones en las demás crisálidas.
            Las mariposas eclosionan húmedas y con sus alas replegadas. Se sujetan de su crisálida hasta extender las alas por completo y luego las agitan para secarlas. No debemos intervenir en este proceso. Recién cuando la mariposa comienza a revolotear, destapamos la fiambrera para que salga volando. Si no lo hiciera, al poner nuestro dedo delante de sus patas delanteras, subirá y con mucho cuidado podemos llevarla hasta la planta nutricia (para que la encuentre con facilidad al regresar a desovar) posando nuestro dedo delante de una hoja, la mariposa subirá en ella.
            Para mayor información: “Cien mariposas argentinas” J. F. Klimaitis, Ed. Albatros ISBN 950-24-0881-0.

Nuestra dedicación y trabajo serán ampliamente compensados
 con  la contemplación de la enigmática metamorfosis de estos maravillosos insectos.


Plantas nativas en el jardín

Podemos tener plantas nativas en la vereda...

En el patio...


En un estanque plástico...



Podemos poner, incluso, árboles nativos en la terraza y disfrutarlos desde una hamaca paraguaya...


En un cantero también podemos poner árboles, especialmente si no tiene un fondo que lo separe de la tierra...
Neomarica candida (lirio nativo de Misiones)
Incluso en un balcón podemos ubicar muchas plantas nativas.

Van a venir insectos muy bonitos (el 95% de los insectos son benéficos)

Mariquita en una Acmella decumbens

Mariposa Battus polydamas desovando en una Aristolochia elegans (enredadera nativa de Misiones)

Fruto de Pitanga (Eugenia uniflora). Es comestible, con sabor muy parecido a la mandarina y del tamaño de una cereza.

Glandularia peruviana. Es una verbena cubresuelos





¿Por qué nativas, autóctonas o indígenas?

Más allá de la importancia que los árboles en general tienen para el mantenimiento de una buena calidad de vida, el mejoramiento del aire que respiramos y el disfrute estético, en sombra y frescura, lo que intentamos aquí es revalorar la importancia de los árboles nativos.
 
Ceibo o Seibo (Erythrina crista-galli)
 Flor nacional de Argentina y Uruguay
Denominamos autóctona, indígena o nativa a la flora del lugar de que se trata. La importancia fundamental de las mismas es que forman la estructura básica de los distintos ecosistemas, los que siendo un conjunto de factores bióticos y abióticos determinados, contienen elementos naturales (vegetales y animales) dignos de ser conservados. El pastizal pampeano (ecosistema que corresponde a nuestra ubicación geográfica) incluye en su dinámica ciertas y determinadas especies únicamente. Es decir que, conservando la flora, conservamos el ecosistema y otras especies de la región.

Plantando nativas podemos reconstruir los ambientes y éstos van a albergar a una alta variedad de mariposas y de pájaros que serán atraídos (por estar asociados a distintas y particulares especies de plantas) y que en este momento no están presentes por carecer justamente de su fuente específica de alimento y abrigo. También aparecerán enredaderas y plantas menores asociadas al ecosistema común que comparten con ese tipo de árboles.

Mantener una comunidad de plantas autóctonas permite sostener animales que comen a otros que, si no fueran comidos, se harían plagas. Este equilibrio natural hace innecesario el uso de venenos y fertilizantes, y mejora así la calidad de vida humana.

Las plantas autóctonas están perfectamente adaptadas a la región y por lo tanto no se caerían como sucedió con tantas exóticas en la última tormenta. Recuérdese que en Buenos Aires hasta se han tenido que lamentar pérdidas de vidas humanas por la caída de un Eucalipto. No se caería por ejemplo, un Sauce Criollo (Salix Humboldtiana), aún teniendo gran porte, porque se trata de una especie nativa adaptada a terrenos muy húmedos, e incluso pantanosos.

Por estos motivos, también es importante saber qué plantar, en dónde y cerca de qué. Las distintas especies de árboles de esta región se agrupan en consocies (asociaciones típicas que involucran a ciertas especies). Entre ellas conforman la estructura de un ambiente. Así el Tala, el Coronillo, Sombra de toro, Incienso y Molle forman los montes xerófilos comúnmente conocidos como talares, que crecen en suelos de albardón de la región costera ricos en conchillas y no demasiado fértiles, expuestos a la falta de agua y el calor relativamente intenso. En tanto, el Laurel de monte, el Mataojo, la Anacahuita, el Canelón, la Espina de bañado, el Chalchal y el Lecherón conforman la estructura de la selva paranaense, también de suelos poco fértiles pero anegados por las riberas de los ríos y arroyos. La selva marginal ribereña es capaz de crear un microclima especial. Más húmedo y fresco que permite condiciones ideales para que crezcan otras especies y por su diversidad biológica genera la presencia de muchas más aves y otros animales.

Típicos de los bañados y otros sectores anegados, de la costa del río y de los arroyos tenemos al Ceibo, al Curupí, al Palo amarillo, al Sauce criollo y al Sarandí.

En lugares altamente urbanizados e industrializados se torna indispensable plantar árboles para crear una atmósfera más digna de ser vivida por el vecino. Pero también se hace indispensable recrear los ambientes naturales destruidos. Tenemos pocos lugares donde hacer esto porque el cemento y la “civilización” avanzaron demasiado. Pero aún así debemos intentarlo aprovechando los pocos espacios baldíos que puedan quedar y también los canteros y macetas en veredas, patios, balcones y terrazas.

A su vez, el árbol nativo nos vincula a la cultura de un pueblo, a sus tradiciones y a sus antepasados. No sólo el ombú es tradicional de las pampas y es recogido por la literatura campestre y también autóctona, sino que hay localidades, como en el caso de Sarandí (partido de Avellaneda), que llevan el nombre de un arbusto que vive en zonas anegadas y en las márgenes de ríos y arroyos. Sólo detenerse en los nombres de estos árboles nos lleva a pensar en los indígenas que le dieron su nombre o en alguna tradición que encierran.


El objetivo es conservar la diversidad biológica natural y cultural de nuestra región.